lunes, 1 de diciembre de 2008

No hay escapatoria a la contradicción



"Lo corpóreo no tiene, fuera del número tres, ninguna otra magnitud; todo se determina por medio de la trinidad, pues el principio, el medio y el fin son el número del todo, que es el número tres."


Aristóteles: “De Coelo I, 1”


Gottlob Frege uno de los matemáticos más destacados del siglo XX, logró elaborar la definición completa de número. Por ejemplo, para definir el número 3, tuvo que definir primero la "triplicidad", que es la cualidad abstracta que poseen los grupos o series de objetos que contienen tres objetos.La triplicidad puede utilizarse para describir el conjunto de "los tres pelos que tiene mi barba".

La descripción de Frege es rigurosa e indiscutible, no obstante en la publicación de su obra "Fundamentos de la Aritmética" tuvo que incluir la siguiente nota: "un científico puede encontrarse difícilmente con algo más indeseable que ver ceder los cimientos justo cuando la obra está concluida. Una carta del señor Bertrand Russell, me puso en tal situación cuando la obra estaba en la imprenta"  ("El enigma de Fermat" de Simon Singh).

No había escapatoria a la contradicción, de la que nos ocuparemos otro día. 

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Color del negativo



Podemos captar la profundidad rota súbitamente por la arboleda al fondo, y la dirección que nos marcan las rectas y la fuente rectangular, señalando un punto en el falso y tapado horizonte, probablemente una estación de tren llena de almas; también unos planos inclinados que se cortan en nuestra imaginación, en el centro de la imagen, y el dominio de la escala de unos bloques de viviendas a la izquierda, construidas en los años ochenta; unas figuras como espectrales que pasean por la orilla de un pequeño estanque o fuente ornamental y se detienen junto a una enorme tortuga hueca de hierro fundido que mira al infinito; y un cielo inquietante cargado de deudas bancarias y miedos financieros. Está a punto de llover de forma torrencial y borrar todo eso del mapa. Será por la estación en la que estamos, pero tengo mucho frío.

La tortuga de hierro, la fuente y las praderas violetas en pendiente se encuentran en la Plaza Central de Tres Cantos (Madrid).

Color 1


Los pensamientos híbridos como Viola x wittrockiana aparecen ya en la segunda mitad del siglo XIX. Su multiplicación y desarrollo comercial por medio de las grandes ferias europeas de principios del siglo XX los ponen de moda en el mundo de la jardinería y la arquitectura, y comienzan a imponerse las grandes manchas de color uniforme sobre las praderas, en macizos sorprendentes de amarillos, naranjas, azules. Una tendencia que, con el tiempo, se ha convertido en nuestra monotonía cromática actual.  

sábado, 4 de octubre de 2008

Espacio vital



La lucha por la supervivencia casi siempre es encarnizada, a muerte, de manera que sólo sobrevive el más fuerte, el mejor preparado, o el que mejores condiciones ha tenido para salir adelante. Muy pocas veces es cuestión de suerte.

En el reino vegetal sucede lo mismo, pero de una forma más sutil o, si se prefiere, más elegante. Ocurre a una velocidad muy baja, y resulta muy difícil saber quién lleva ventaja. Tendrán que pasar años para poder decir cuál de las tres gimnospermas de la foto será la primera en perder la batalla. Un cedro del Himalaya, un ciprés y un pino piñonero fueron plantados en este lugar hace menos de quince años; quizá medían entonces menos de un metro y medio, y la distancia entre ellos parecía suficiente. Quizá las personas que los plantaron no pensaron que fueran a llegar tan lejos, o quizá, simplemente, no tuvieron en cuenta algo tan importante como es el espacio vital de estas especies. 

Un ciprés, debido a su característico porte esbelto, puede verse con frecuencia plantado junto a otros ejemplares de su misma especie, normalmente en grupos de dos o tres, o en alineaciones en paseos, a veces demasiado cercanos unos de otros; pero esa densidad de plantación suele funcionar bien debido a la verticalidad de la copa y la profundidad del suelo. Los pinos piñoneros, en cambio, con su copa ancha y globosa, que posteriormente irá tomando forma aparasolada, parecen pedir una mayor distancia respecto a sus prójimos. Y lo mismo sucede con el cedro del Himalaya que, aunque al mirar hacia arriba vemos una copa que se va estrechando hasta acabar en una fina punta, al reparar en la zona basal nos damos cuenta de que se trata de un árbol de copa cónica y diámetro de proyección verdaderamente ancho, con unas ramas bajas que pueden llegar a medir más de siete metros y con tendencia a descolgarse ligeramente de la horizontal. 

No sabemos cuál de los tres llegará primero ni cuál el último, pero conocemos las dificultades añadidas que tienen los árboles en el entorno urbano, como pueden ser la falta de un volumen de suelo suficiente para el normal desarrollo, la contaminación atmosférica o el mantenimiento inadecuado (podas mal ejecutadas, riegos insuficientes, ausencia de tratamientos fitosanitarios), por no hablar de daños por obras, vandalismo y tantos otros que ocurren todos los días en cualquier ciudad. Lo que sí sabemos es que cedro, ciprés y piñonero hubieran preferido estar más separados entre sí, para no tener que competir a muerte por el agua, la luz y el oxígeno, y que seguramente están librando una lucha, elegante, pero encarnizada, por sobrevivir y por conquistar lo que comúnmente llamamos espacio vital. 

domingo, 28 de septiembre de 2008

Si quieres saber cómo es fulanito, dale un carguito



"Si quieres saber cómo es fulanito, dale un carguito." Ésto me dijo el músico ambulante, sin dejar de sonreír ni de tocar al violín con parsimonia una alegre melodía que nos resultaba a todos familiar. Lástima de semáforo en verde, que a punto estuvimos de acompañarle con danzas tribales entre los sucios coches del Alentejo.  

viernes, 19 de septiembre de 2008

Ausencia




He aquí un ejemplo de barrera arquitectónica. En este caso se trata de un panel publicitario que cierra el paso al transeúnte, obligándole a esquivar sus gigantescas patas, sus patas de cíclope torpe que no nos deja hueco en la acera, que realmente nos está estorbando. La cosa se complica en el caso de que tuviéramos alguna dificultad añadida, como carecer del sentido de la vista o necesitar de silla de ruedas para movernos. A estos gigantes tontos y estáticos les han llamado chirimbolos. Sólo sirven para mostrar a los que los ven de frente tres carteles anunciantes de algún tipo de producto, que van turnándose monótonamente. No conozco ninguno que no ocasione algún tipo de trastorno: unos se encuentran en aceras como la de la fotografía, amenazantes; otros impiden que muchos vecinos puedan disfrutar de algún tipo de vista desde sus ventanas, pues sus espaldas metálicas están a pocos metros de las viviendas; en otras ocasiones, te das cuenta de que un grupo de cipreses o de cedros o una pradera entera que solías contemplar ya no se ven desde la esquina. 

En fin, he aquí un caso siniestro de ausencia de ideas, un vacío en las buenas voluntades, un descuido de algún técnico municipal o de algún cargo político, un error del fabricante, del que lo proyectó. Un negocio no frustrado, pero sí frustrante; para el peatón, para el ciudadano. 

viernes, 13 de junio de 2008

Pequeños paisajes solitarios


De vez en cuando, quizás más frecuentemente de lo que pensamos, dejamos caer la vista al suelo buscando la solución del problema. Si tenemos suerte o estamos inspirados, solemos dar con él. Otras veces, nos topamos con algo que no estábamos buscando y nos detenemos en el detalle. Se podría decir que cuanto más hondo es el problema al que nos enfrentamos, más se nos agudiza la vista y más pequeño será el detalle al que lleguemos inesperadamente.

Estas lluvias benditas de mayo y junio nos están dejando el paisaje sembrado de gramíneas como la lindeza de la imagen. Tan a ras de suelo buscaba la solución a mis problemas que, siguiendo esa suerte de ferrocarriles que forman las juntas de los adoquines de la acera, me topé con la sombra de este sencillo bromo. De repente, me pareció que estaba delante de una de esas secuoyas gigantes de Norteamérica, rodeé el ejemplar contemplando las grietas del tallo, acerqué la mano para tocarlo y miré hacia arriba, maravillado de lo alto que se encontraban los frutos, aún sin madurar, en la copa dorada.


sábado, 8 de marzo de 2008

Hierbas y legumbres


Ésto es lo que don Mauro y don Celestino hablaban en casa de este último, en Aranjuez:


"-... y según nos decía un sabio escribano de mi pueblo, nuestros ascendientes tenían un gran quejigar, de donde les vino el nombre de Requejo.


- Así debe ser: los más ilustres apellidos traen su origen de alguna yerba o legumbre. Y si no, ahí están en la Roma antigua los Léntulos, los Fabios y los Pisones, que se llamaban así porque alguno de sus mayores cultivó las lentejas, las habas y los guisantes. En cuanto a mí, creo que este nombre de Malvar me viene de que algún abuelo mío se pintaba solo para el cultivo de las malvas.


- Pues yo creo - dijo don Mauro volviendo a reír - que eso de que la nobleza viene de las guerras y de las hazañas de algunos caballeros es pura mentira."


El 19 de marzo y el 2 de mayo de 1808

Episodios nacionales

Benito Pérez Galdós


miércoles, 6 de febrero de 2008

En otra dimensión




Tres cosas se han cruzado en mi camino esta misma semana, tres hechos convergentes con un mismo protagonista de fondo, con un factor común: el escritor Juan José Millás. El pasado fin de semana terminé de leer su fabulosa novela El mundo, que me ha dejado un surco más en el cerebro, profundo como una cárcava, como una grieta sin fondo, llena de un contenido que aún no he podido asimilar del todo; o, mejor dicho, que aún continúo asimilando, como si lo que he estado leyendo tuviera una consistencia viscosa que va empapando poco a poco las paredes del interior del cráneo, tal y como él mismo lo diría.

El caso es que, hoy, mientras comía en un restaurante próximo a la oficina en que trabajo y próximo también a las calles por las que, de niño, Millás buscaba su forma de escapar de este mundo, un hombre anciano sentado en una mesa junto a la mía se llevaba a la boca un tenedor vacío, sin más alimento que el que contiene el aire y el metal del cubierto. Pude ver también un artilugio en su oído izquierdo, y observé la dificultad con que su mano hacía el recorrido del plato a los labios. Encorvado, inclinado sobre la mesa, tenía los ojos cerrados y cuando los abría, me fijé, no miraban a ninguna parte, y volvían a cerrarse de inmediato, como si levantar los párpados y levantar el tenedor formara parte de un mismo mecanismo desgastado por el uso.

Sin embargo, el hombre, ciego y sordo, contaba con la compañía de una mujer, también anciana aunque más joven que él, que secretamente, o quizá discretamente, le ponía pequeños trozos de comida sobre los dientes metálicos del tenedor cuando la mano temblorosa no acertaba a encontrar nada en el plato.

Lo primero que pensé fue en la convergencia de las tres cosas; qué desgracia más grande quedarse sordo y ciego, marcharse a otra dimensión sin remedio. En el mismo mundo de la infancia de Millás había un barrio para los vivos y otro para los muertos, a sólo unas paradas de tranvía, y eran casi idénticos, excepto por la condición de sus respectivos habitantes. Pero luego pensé: qué suerte tan enorme tener a una persona discretamente empujando la comida sobre tu tenedor, un poco de pescado del menú del día con un trozo de patata cocida. Así el cubierto ya no viajaba vacío a su destino, así el hombre anciano no estaba solo, ni en su dimensión ni en la nuestra. Y recordé la canción de Antony and the Johnsons, Hope there's someone: espero que haya alguien que cuide de mí, cuando me muera... Pero ya sería el cuarto hecho convergente, y dije que eran tres.

miércoles, 9 de enero de 2008

La eterna sombra



Yo que creí que la luz era mía,
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.


Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.


Eterna sombra (1941)
Miguel Hernández

martes, 8 de enero de 2008

Soy hermosa



El agua pone a mi cara
unos tornasoles verdes,
una guirnalda de algas
y un temblor resplandeciente.
Prima de la luz parezco,
y mis cabellos parecen
veneros de plata oscura,
chorros de metal perenne.
Es de cogollos de vidrio
mi cuerpo y casi celeste,
mi piel de escarcha rizada,
de estrella lanar mi especie.
Son mis ojos oro tierno,
oro tierno son mis sienes
y espuma suspiradora
mi garganta relente.
El movimiento del agua
me recoge y me distiende,
y plegada y desplegada
en sus columpios me mece.
A través de su color,
entre empañado y luciente,
me veo como grabada
en un diamante de nieve
y como helada en un mármol
que se marcha y que se mueve.
Soy hermosa.
Soy hermosa...

El labrador de más aire (1937)

Miguel Hernández