lunes, 10 de septiembre de 2007

La perla del lago


A orillas del lago Léman se encuentra La Perle du Lac, uno de los parques públicos más hermosos y privilegiados de Ginebra. Con una superficie de casi cinco hectáreas, constituye un fragmento de franja verde en la orilla derecha, en la que también se encuentran los parques de Barton, de L’Ancien Bureau Internacional du Travail (B.I.T.) y el Jardín Botánico de la ciudad, entre otros.

Los parques, aunque se consideran independientes, no están separados físicamente más que por grandes ejemplares de tilos, robles, castaños y otras frondosas que hacen de membrana permeable a los paseantes.

Venimos caminando por la Rue du Quai Mont Blanc. Atrás queda el bullicio de la ciudad, que está en fiestas (el primero de agosto es la fiesta nacional). Atravesamos los parques de Mon Repos y de Moynier, de los que merece la pena (mucho) hablar en otro momento. El lago Léman, a la derecha, se va abriendo; se aleja de nuestra vista la otra orilla, poblada de pequeñas embarcaciones y casonas invisibles con enormes praderas arboladas. A nuestra izquierda, se nos llena la vista de flores: un hermoso jardín lleno de macizos de vivaces sobre una cuidada pradera en pendiente ascendente que se aleja de la orilla hacia la Rue de Lausanne; acabamos de entrar en los dominios de la Perla.

Caminamos encandilados entre los alargados macizos y parece que estuviéramos empequeñeciendo entre malvas, begonias, diversas especies de compuestas y umbelíferas, papiros y cañas de azúcar, bocas de dragón y papilionáceas de todos los colores, cinerarias e incluso ricinos de color escarlata. Arriba, la fuente monumental, en dos niveles, nos hace mirar en el sentido en que discurre el agua, hacia el lago, como si estuviéramos viendo un Ródano en miniatura.

Hay que destacar la limpieza extraordinaria, no sólo en éste, sino en todos los parques y jardines de la ciudad. El estado de conservación es exquisito: desde el estado sanitario de árboles y arbustos, hasta el perfilado de las praderas sobre los caminos o la elección de las especies de vivaces. Todo está perfecto y la limpieza es la gran guinda de este pastel.

Volvemos entonces la vista hacia el Léman, deshacemos el camino y nos topamos con un pequeño embarcadero y su pequeño dique de piedra. Allí podríamos coger una mouette (literalmente ‘gaviota’, pero es una barcaza a motor) que nos llevara a la otra orilla del lago, a la llamada plage de Genève, pero por esta vez preferimos quedarnos en este lado. Ginebrinos y viajeros esperan leyendo la prensa, mojándose los pies en el agua o, simplemente, embelesados con el paisaje.

Junto al embarcadero existe un antiguo chalet con invernadero que hoy es el restaurante Perle du lac; bien integrado en su entorno, es una de las dos construcciones que existen en el parque. En el mismo lugar donde los romanos de la Galia helvética decidieron construir unas termas ricamente adornadas (descubiertas en 1926), Hans Wilsdorf, fundador de Rolex, exclamó, probablemente en un hermoso día soleado, “Ésta es la verdadera perla del lago”, no sabemos si refiriéndose al parque en sí, al armonioso paisaje que lo rodea con las espectaculares cumbres siempre nevadas de los Alpes en la otra orilla o a la Villa Bartholoni, la segunda de las dos construcciones, de la que no podemos evitar hablar. La villa aparece, majestuosa, rodeada de una frondosa arboleda en la cima de otra pradera, esta vez con ligeras salpicaduras de tagetes en pequeñas manchas de color, dando protagonismo al verde de la gramínea recién segada y a la espléndida fachada florentina de la mansión, que impresiona por la armonía de sus proporciones, la pureza de las líneas y el juego de luces y sombras pronunciado en el centro por dos loggias (o terrazas) superpuestas. Fue construida entre 1825 y 1827 por los hermanos Jean-François y Constant Bartholoni, banqueros de París, cuyo apellido dio nombre al parque que hoy nos ocupa, en lo que entonces era un solar de la familia Melly. Un siglo después, la Sociedad de Naciones (O.N.U.) compró los terrenos, incluyendo los parques de Moynier y Barton, con el fin de construir su sede. Finalmente, se decidió llevar el futuro centro a un terreno de mayor superficie junto al Jardín Botánico, y los tres parques fueron donados al Ayuntamiento de Ginebra en 1929, para disfrute de los ciudadanos.

La Villa Bartholoni se construyó según el proyecto del arquitecto parisino Félix-Emmanuel Callet (Gran Premio de Roma de 1819 y buen conocedor de la arquitectura italiana). De estilo neoclásico, influencia florentina y rodeada por el parque, de estilo inglés, se dice de ella que es un buen ejemplo de residencia suburbana de la época de la Restauración. Fue concebida como lugar de recepciones durante las breves estancias de sus propietarios en la ciudad, para acoger en su seno a una sociedad brillante, cosmopolita y apasionada por el arte y la música. Encarna el ideal aristocrático de pabellón de recreo que sacrifica lo doméstico y familiar a favor de la fastuosidad. Como ejemplo, basta mencionar las pinturas murales estilo pompeya en las salas de la planta baja, muy valoradas por la finura en su ejecución, realizadas por un equipo de artistas italianos dirigido por el pintor François-Edouard Picot. Los motivos decorativos y su paleta cromática revelan la fuente de inspiración: escenas mitológicas, amores, diosas, monstruos marinos, genios alados, naturalezas muertas, guirnaldas, palmas, volutas, grecas, etcétera.

Desde 1964 alberga el Museo de Historia de la Ciencia. Se trata de una institución única en Ginebra. Las colecciones del museo incluyen microscopios, barómetros, cuadrantes solares, astrolabios y un sin fin de instrumentos, libros y documentos científicos antiguos que proceden de familias ginebrinas y de instituciones públicas.

La diosa Atenea parece custodiar los tesoros desde la fachada trasera, en un cuidado conjunto escultórico formado por cuatro macizos rectangulares de vivaces, pradera y un seto regular de boj que bordea la escultura de la diosa.

De la casa se entra y se sale como si fuera un elemento más del parque. Desde las ventanas, no perdemos de vista a los ginebrinos que leen al sol, tumbados en las praderas, ni los frondosos arces y tilos del parque que proporcionan sombra fresca a los deportistas, ni los macizos de flores, perfectamente recortados sobre la verdura. Seguimos viendo las blancas cumbres alpinas y el azul del lago Léman. Ahora comprendemos perfectamente el significado de las palabras ‘perla del lago’.

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