La lucha por la supervivencia casi siempre es encarnizada, a muerte, de manera que sólo sobrevive el más fuerte, el mejor preparado, o el que mejores condiciones ha tenido para salir adelante. Muy pocas veces es cuestión de suerte.
En el reino vegetal sucede lo mismo, pero de una forma más sutil o, si se prefiere, más elegante. Ocurre a una velocidad muy baja, y resulta muy difícil saber quién lleva ventaja. Tendrán que pasar años para poder decir cuál de las tres gimnospermas de la foto será la primera en perder la batalla. Un cedro del Himalaya, un ciprés y un pino piñonero fueron plantados en este lugar hace menos de quince años; quizá medían entonces menos de un metro y medio, y la distancia entre ellos parecía suficiente. Quizá las personas que los plantaron no pensaron que fueran a llegar tan lejos, o quizá, simplemente, no tuvieron en cuenta algo tan importante como es el espacio vital de estas especies.
Un ciprés, debido a su característico porte esbelto, puede verse con frecuencia plantado junto a otros ejemplares de su misma especie, normalmente en grupos de dos o tres, o en alineaciones en paseos, a veces demasiado cercanos unos de otros; pero esa densidad de plantación suele funcionar bien debido a la verticalidad de la copa y la profundidad del suelo. Los pinos piñoneros, en cambio, con su copa ancha y globosa, que posteriormente irá tomando forma aparasolada, parecen pedir una mayor distancia respecto a sus prójimos. Y lo mismo sucede con el cedro del Himalaya que, aunque al mirar hacia arriba vemos una copa que se va estrechando hasta acabar en una fina punta, al reparar en la zona basal nos damos cuenta de que se trata de un árbol de copa cónica y diámetro de proyección verdaderamente ancho, con unas ramas bajas que pueden llegar a medir más de siete metros y con tendencia a descolgarse ligeramente de la horizontal.
No sabemos cuál de los tres llegará primero ni cuál el último, pero conocemos las dificultades añadidas que tienen los árboles en el entorno urbano, como pueden ser la falta de un volumen de suelo suficiente para el normal desarrollo, la contaminación atmosférica o el mantenimiento inadecuado (podas mal ejecutadas, riegos insuficientes, ausencia de tratamientos fitosanitarios), por no hablar de daños por obras, vandalismo y tantos otros que ocurren todos los días en cualquier ciudad. Lo que sí sabemos es que cedro, ciprés y piñonero hubieran preferido estar más separados entre sí, para no tener que competir a muerte por el agua, la luz y el oxígeno, y que seguramente están librando una lucha, elegante, pero encarnizada, por sobrevivir y por conquistar lo que comúnmente llamamos espacio vital.